sabato 8 giugno 2013

La rosa y el cristal




Si algo he aprendido en los últimos 7 años es a saber confiar en el tiempo y dejarme llevar por la vida. No hablo de una actitud pasiva o resignada, sino más bien de un respeto profundo ante mi propio camino que me hace comprender que detrás de esta vida está Dios guiándola hacia fuentes siempre más cristalinas.

Debo agradecer a Dios, pues allanó las piedras del camino de la existencia. En mi infancia crecí bajo el calor de unos padres buenos y honestos y me sentía profundamente amada y agradecida pues la vida siempre me sonreía y yo le devolvía la sonrisa con una expresión cargada de  alegría. Lejos de crecer como una flor silvestre, fui como una rosa delicada protegida bajo un cristal. Un poco como la rosa del Principito: frágil, necesitada de cuidados, engreída y vanidosa porque estaba muy segura de mí y era mimada por quien encontraba en el camino.

Tuve que llegar a los 38 años para que el cristal se rompiera y sintiera el viento implacable que no perdona lo que está en su camino. Viví como nunca la soledad y oscuridad de la noche. Conocí a depredadores de flores enloquecidos simplemente por su terreno. Me encontré con infinidades de gollums y también con principitos dispuestos a cuidar rosas. Por primera vez comprendí no solo mentalmente, sino hasta en lo más profundo de mi ser, que esta rosa ante el primer viento podía perder su encanto si es que no aprendía a enfrentar la existencia con valentía acogiendo con sencillez la ayuda de los principitos que aparecían. Y la que se sentía segura de sí dejó que la vida con su misterio y la incertidumbre que éste conllevaba  la atravesara en serio.

Siempre estaba Dios tejiendo mi propia historia, respetando los procesos, admirándose por las decisiones, confirmando mi libertad y empujándola hacia una mayor libertad. El número 7 es un número importante y han pasado 7 años. Una vez en un encuentro con el teólogo especialista en Oriente y  pintor Rupnik, me dijo dos cosas: se reía al decirme que tenía una llama y una pasión muy grande y añadió que en la vida de las personas y las instituciones cada 8 años sucedían cambios importantes o procesos significativos.

Creo que tenía razón. Hoy me encuentro de nuevo en la luz, viendo con claridad y simpatía el proceso que se dio en mi vida. Hay una continuidad hermosa con la rosa en su cristal. No me olvido de lo importante del amor, de la delicadeza, de los cuidados necesarios, de la fragilidad. Sin embargo, ha dejado un poco de ser el centro desde el cual contemplaba la realidad y el mundo. Habiéndose roto el cristal percibo todo lo que sienten las demás flores y soy una más de ellas. Tengo la misma noche que todos, la misma oscuridad, las mismas estrellas, el calor del sol, el solaz de una brisa suave, la saciedad del agua que recorre todo mi ser. Y puedo decir que hoy más que nunca reitero las palabras de Rupnik de mi pasión por la vida, de mi fascinación ante lo que hace Dios en la propia historia y en su sabiduría infinita. Nunca hay que preguntarnos: ¿por qué me pasó esto? Siempre hay que preguntarse ¿para qué me pasó esto?

Quizás mi respuesta no es clara a nivel teórico. Sólo sé que soy muy feliz y que este es un signo inequívoco del para qué pasó todo lo que tenía que pasar. Y sé que las rosas que estuvieron conmigo florecerán, “se sono rose fioriranno” y estoy segura que lo son.

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